Salud en Casa.- El acoso escolar es un problema de miles de niños y adolescentes en el Perú. En lo que va de 2024, se han incrementado a más 800 los casos de bullying reportados en colegios a nivel nacional. Sin embargo, esta cifra podría multiplicarse por 4 o 5, debido a que “la persona acosada no suele denunciar y/o pide que sus demás compañeros no digan nada por temor a que agrave la situación”, menciona la médico especialista en salud mental y Directora Médica de Catártica, Francesca Mateo.
“Una víctima cuando empieza a ser agredida de esta manera tan progresiva no se da cuenta que es parte de un problema. El niño o adolescente ve afectada la autoestima y habilidades sociales, pero también el rendimiento académico, la parte cognitiva y, al momento de llegar a la vida adulta, varios aspectos de su vida se ven vulnerables traduciéndose en acoso laboral o violencia de género. Las víctimas no pueden relacionarse de igual manera con las demás personas, no socializa, no puede trabajar de manera autónoma e independiente, aparecen sentimientos de soledad, vergüenza de participar y ello afecta su calidad de vida”, precisó la especialista.
En el acoso escolar participan tres tipos de actores: los agresores, los agredidos y los observadores. Dependiendo del contexto, las características de cada uno pueden ser distintas. “En el caso de los agresores, disponen de mayor poder ya sea por su tamaño o fuerza física, son proclives a la agresión en sus relaciones con los demás, no han desarrollado la capacidad de empatía y menos aún reconocen a sus víctimas como iguales. Los agredidos, habitualmente presentan características o conductas diferentes que son percibidas por el agresor como motivos para agredirlo física o psicológicamente y excluirlo socialmente. Por último, están los observadores, son testigos de la agresión sin que necesariamente sean partícipes directos”, puntualizó la doctora Francesca Mateo.
El bullying tiene consecuencia en la vida adulta de los tres actores mencionados. En el caso de las víctimas “pierden la confianza en sí mismo y en los demás, desarrollan miedo al rechazo, se aíslan socialmente, desarrollan trastornos de ansiedad y depresión, presentan desórdenes alimenticios y, en los casos más graves, aumenta los intentos de suicidio”. En cuanto a los agresores encontramos que “tienen un bajo desarrollo académico, aprenden a usar la violencia para resolver conflictos o lograr objetivos, generalizan las conductas violentas en otros ámbitos como en las relaciones de pareja, falta de empatía con los demás e incluso aumenta la probabilidad de desarrollar conductas que infringen la ley”. En el caso de observadores, también podemos encontrar que “se vuelven insensibles ante las agresiones cotidianas y pierden sensibilidad ante el sufrimiento del otro, crecen sentimientos de rabia, impotencia y culpabilidad y desarrollan mayor tolerancia a la violencia”.
En definitiva, el acoso escolar no solo daña a quienes lo sufren directamente, sino que deja una huella profunda en la sociedad en general, afectando la calidad de vida y el desarrollo emocional de todos los implicados.